martes, 17 de marzo de 2009


Una parte de cada uno se envejece, se oscurece, con el pasar del tiempo. Dejamos desvanecer lo esencial y miramos el entorno con demasiada frialdad, en un mundo donde la superficialidad es primordial.
El tiempo pasa y olvidamos esa vez que creíamos que nada dolía y que el mundo era lo suficientemente pequeño para nuestros ojos pero infinito para nuestro pensamiento.
A medida que pasa el tiempo el mundo se reduce a un tic-tac de relojes. Aprendimos a caminar a ciegas con ojos bien abiertos. El actual terror, la muerte, antes, egoísmo. Ese egoísmo que se olvidó de la inocencia que supimos tener, egoísmo que formaba parte de la inocencia y no del individualismo persistentes en caras y cuerpos adultos.